domingo, 20 de septiembre de 2009

La decisión de Valentina

En un mar de dudas vive Valentina,

tomar decisiones es tarea fina
Si sale de compras le cuesta un montón
Elegir vestido, falda o pantalón.

¡Pobre Valentina! Se pasan los años
Y no se decide a dar el gran paso
Su novio está harto de tanto esperar
Que Tina responda si se quiere casar.

Ella ha preguntado a todas sus amigas
Y ha hecho una encuesta entre su familia
A pesar de todo no llega a ver claro
Entre el casamiento o el celibato

Valentina dice que quiere estudiar
Mas no se decide por qué rama optar
Si filosofía, derecho o idiomas
si literatura o agente de bolsa.

Piensa en pros y en contras, pregunta y sondea,
Harta de dar vueltas Tina se mosquea
Llama a su colega Chús, que es un rapero,
y se va con él en su ultraligero


Tina se ha fugado con Chús el rapero
Su novio la llora… ya no hay casamiento
Ni filosofía ni leyes ni ná
De fiesta en la playa con Chús a bailar.




jueves, 17 de septiembre de 2009

Eneagrama

Tribulaciones de una seis que duda de serlo y además no ve la variante instintiva predominante en ella.

He escogido este título parafraseando el de un amigo mío, cuyo fantástico, apasionante y divertido blog se titula "Tribulaciones de un tres sexual"



Desde hace un año que intento ubicarme en el eneagrama sin mucho éxito. Cuando años ha me dijeron que yo era una cuatro me lo creí a pies juntillas. Entonces fue cuando me compré el libro amarillo de Helen Palmer y leí con sumo interés todo lo relacionado con el eneatipo cuatro, viéndome reflejada en las descripciones y pensando que me venían como anillo al dedo. Aquellas descripciones del tipo algo bohemio, con tendencia a la melancolía, demasiado sensible, con esa sensación de ser diferente o haber sido “señalado” por una especie de estigma, que miraba a los demás con cierta envidia por creer que de alguna forma eran más felices, más guapos, más inteligentes, o mejores en algún sentido, que yo, resonaban en mí de manera profunda.

Al leer los demás tipos pude localizar fácilmente el lugar en el que se encontraban mis padres y hermanos, viendo claro que mi madre y mi hermano pequeño estaban en el seis, mi otro hermano en el cinco y mi padre indudablemente en el cuatro, en su aspecto más dramático. A la que me cuesta más ubicar es a mi hermana mayor, porque en ella observo el miedo exacerbado rayando la fobia del seis; del cuatro observo en ella ese sufrimiento abnegado que menciona Naranjo con respecto al cuatro autoconservación “cueste lo que cueste”, y la envidia en el sentido de sentir que los demás tienen lo que tú nunca podrás llegar a obtener. Me pregunto si no será una cuatro influida por el eneatipo seis de mi madre, del cual ha recibido el miedo y la inseguridad exagerados.

En relación con eso, mi marido dice que los cuatro hermanos estamos marcados por el miedo y la inseguridad que vienen de mi madre. Verdaderamente ella vive atormentada por todo tipo de preocupaciones por posibles amenazas de accidentes y enfermedades y eso, inevitablemente, nos ha influido a todos de alguna manera. A mi durante una época de mi vida me dio por desafiar esa actitud suya buscando el peligro (también muy de seis). En efecto no me suena a algo extraño el “reflejo” del eneatipo materno. Un amigo me habló una vez de ese tema. Según él yo sería una cinco sexual ala seis… Así pues, sobre mi eneatipo tengo más opiniones que ventanas.



Si ya me cuesta aceptar el eneatipo, más me cuesta ponerle alas y subtipos… Hace años pensaba que era fácil trabajar el Eneagrama. Ahora soy consciente de la dificultad que este trabajo entraña, si uno pretende realizarlo en profundidad y con la dedicación y el análisis que merece, y no con la ligereza del que lee los horóscopos en las revistas y se lo cree a pies juntillas.

Desde hace año y medio estoy estudiando y leyendo continuamente sobre el tema, con la sensación de que aun no entiendo bien de qué va la cosa. A comienzos de año realicé un taller con Maite Melendo en Madrid, de Iniciación al Eneagrama con la ilusión de poder determinar claramente cuál era mi eneatipo. Me costó colocar el folio con el número seis delante de mi mesa y de hecho lo hice porque todos los demás ya lo habían puesto y me miraban ya con cierto mosqueo, aunque en el fondo seguía albergando dudas y sospechas, lo cual es muy de seis…

Pertenezco a la asociación Aeneagrama (asociación española del Eneagrama) creada por Isabel Salama, estoy subscrita a Enneagram Monthly, y no he cesado de leer artículos y libros en relación con el tema, participo en un foro especializado en Eneagrama y mantengo contacto asiduo con amigos especialistas en el mismo desde hace año y medio, si bien en estos últimos meses, estando ya algo saturada del tema, decidí orientar mi atención hacia otras herramientas de desarrollo personal que también llaman mi atención y mi interés, como el curso de psicología transpersonal que vengo realizando desde hace algunos meses.



De cuando en cuando insisto en la lectura de mi “supuesto” eneatipo seis, para volver a constatar que no me encuentro identificada y que no termino de localizar ni mi subtipo, ni tan siquiera mi ala.

¿Torpeza? ¿Ceguera? ¿O es que los seis somos así???

domingo, 13 de septiembre de 2009

Decisiones para cada día de la semana - Gerardo Schmedling



Hoy LUNES me propongo SERVIR. Hoy tengo la oportunidad de amar a través del servicio. Me dispongo a colaborar con entusiasmo en todas las tareas que la vida me ponga por delante. De este modo todas las personas con las que me relacione sabrán que pueden contar conmigo. Aprovecharé el día de hoy para verificar que en la capacidad de servir radica uno de los grandes secretos del éxito en la vida.

Hoy MARTES me propongo RESPONSABILIZARME. Hoy me responsabilizaré totalmente de mi vida. Me adueñaré de todas mis decisiones y, siendo yo mism@, no culparé a nadie ni tampoco a las circunstancias del resultado de mis decisiones. Vigilaré todos mis pensamientos, sentimientos y emociones, y asumiré que soy yo quien las genera y no lo que sucede a mi alrededor ni lo que los demás hacen o dejan de hacer. Por ello, aceptaré únicamente aquellos pensamientos que me traen paz y armonía. Me dedicaré a ser feliz.

Hoy MIÉRCOLES me propongo ACTUAR. Hoy estoy dispuesto a ser impecable en todas mis actividades. Actuaré con eficacia y serenidad en cualquier circunstancia que se me presente y daré lo mejor de mí para hacer lo que me corresponde hacer. Hoy me permitiré comunicar amorosamente todo aquello que sea necesario decir. Mejoraré mis relaciones y mi satisfacción personal. Seré firme y leal con mis acuerdos y compromisos.

Hoy JUEVES me propongo ACEPTAR. Hoy observaré la realidad de la vida con total paz y serenidad. Aceptaré que el propósito de la vida es perfecto y se manifiesta en todo lo que existe y sucede. Por ello, aceptaré con amor en mi corazón todo cuanto suceda a mi alrededor y renunciaré a luchar para intentar modificar el orden perfecto de la vida y sus procesos, así como a interferir en las experiencias de los demás. Mi paz es invulnerable a todo suceso y me libera de sufrir por lo que no puedo cambiar.

Hoy VIERNES me propongo VALORAR. Hoy tengo la extraordinaria oportunidad de valorar todo lo que la vida me da. Me siento feliz al reconocer que siempre tengo conmigo todo lo necesario para mi aprendizaje y mi bienestar. Puedo encontrar satisfacción en todo lo que hago. Hoy me abro a recibir todo lo que la vida me ofrece. Al valorar lo que tengo, desarrollo mi capacidad para disfrutar de nuevas cosas y de nuevas relaciones. Comprendo así que la salud, la abundancia y la felicidad son el resultado de la capacidad de valorar.

Hoy SÁBADO me propongo RESPETAR. Hoy expresaré mi amor a la vida, respetando a todo ser viviente en su propia experiencia. Respetaré igualmente a cada persona en sus ideas, costumbres, creencias y comportamiento, así como su derecho a tomar sus propias decisiones. Renunciaré a la crítica, porque comprendo que cada uno actúa lo mejor que sabe y no soy quién para juzgarlo.

Hoy DOMINGO me propongo AGRADECER. Hoy comprendo que todo cuanto sucede en mi vida tiene un profundo propósito de amor, para que pueda reconocer cuál es la Ley del Universo y aprenda a liberarme definitivamente de toda limitación, dependencia y sufrimiento. Doy gracias por todo lo que tengo y por todas las circunstancias satisfactorias que me ha proporcionado. Igualmente agradezco todas las situaciones difíciles y dolorosas que he atravesado, porque me permitieron fortalecerme y encontrar mi propio valor.

Zen


En este mundo de sueños,

dormirse aún más lentamente;

y nuevamente hablar

y soñar con los sueños.

Simplemente, déjate llevar.


Ryokan

(1957-1831)


Sueño con un delfín,

nos reconocemos y me guía

se escurre entre mis manos,

vuelve y me dejo llevar.

El color es azul.


Elena

(1963-......)


sábado, 12 de septiembre de 2009

Pregunta...


¿Y si en lugar de preguntarme qué quiero yo de la vida,


me pregunto qué quiere la vida de mi?




Hace días que escucho estas palabras en mi interior: "hágase en mí según tu Palabra". Me rindo a la Voluntad divina aceptando todo lo que soy y lo que me sucede, aceptando el mundo en el que vivo, agradeciendo de corazón cada bondad, cada gesto, cada experiencia que viene a mi, pues soy consciente de la oportunidad de crecimiento que me plantea cada experiencia que vivo.



miércoles, 9 de septiembre de 2009

Hijos del viento


Alfredo me había citado en casa de Aurora a media mañana. Hacía días que andaba detrás de mí para comentarme algo que parecía importarle en grado sumo. Yo no sabía de qué se trataba; no quiso adelantarme nada. – Es mejor que tratemos el tema en cuestión cuando estemos allí; no es algo para hablar por teléfono – me dijo.

Hacía calor. De no haber quedado con ellos, me habría ido gustosamente a la playa con Cristina. Además, Aurora me daba un poco de miedo. Era una mujer seria, con un punto de arrogancia que me echaba para atrás. Me daba la sensación de que se sentía superior al resto de los mortales. Puede que ella misma se considerara una especie de “elegida”. Aunque algunas personas parecían sentir veneración por ella, a mi no me terminaba de dar buen rollo su compañía. Alguna vez me había llamado una amiga común para que asistiera a las reuniones de mujeres que tenían lugar de vez en cuando en su casa. Una vez acudí. Nos sentamos en el suelo, en círculo, en torno a una maceta de peyotes y fumamos del tabaco sagrado que previamente habíamos preparado nosotras mismas, mezclando distintas hierbas. Recitamos algunas oraciones y cantamos al Gran Espíritu.
Aurora parecía una india, con sus negras trenzas y sus vestidos largos. Había adoptado totalmente las costumbres e incluso los rasgos de las mujeres mejicanas que acompañaban a los chamanes huicholes. Su expresión era seria y sus pequeños ojos, muy abiertos, miraban fijamente a algún lugar indefinido. Hacía poco que había pasado por una de las pruebas más duras del camino del guerrero: un ayuno de quince días en la montaña, sin comida ni agua. Los chamanes la acompañaron a algún recóndito lugar donde se había acomodado bajo un árbol. Contaban que tan sólo fumaba tabaco sagrado, masticaba botones de peyote y ayahuasca, y que incluso llegó a beberse su propia orina. Algunos no habían podido sobrevivir a esa experiencia. Cuando acudieron a buscarla, la encontraron bajo el árbol meciéndose abrazada a una muñeca que ella misma había hecho con ramas de matorrales y prácticamente sin sentido. Ese mismo día se celebró en su honor una ceremonia de iniciación en torno al fuego sagrado y le fueron entregados algunos instrumentos de poder, como una pipa y unas plumas de águila. Desde aquél día, adquirió un puesto relevante en las ceremonias de peyote, junto a Isabel, la mujer del chamán jefe, Ausberto.

Aurora era ginecólogo. Tenía una consulta privada donde ejercía su profesión asistiendo partos naturales. La mayoría de las veces acudía a las casas de las mujeres que optaban por dar a luz en su propia cama, a la antigua usanza. Mi amiga Inés tuvo así a sus tres hijos, asistida por ella. Su valentía era admirable, aunque no faltaba quien la tachara de temeraria e incluso de loca irresponsable.
Aunque llegué puntualmente ya estaban esperándome al parecer desde hacía rato. Alfredo me abrió la puerta y pasé a la amplia estancia circular en torno a la cual se distribuían dos o tres dependencias abiertas. La única puerta de la casa era la de la entrada. Alfredo y yo tomamos asiento frente a Aurora sobre unos cojines de colores en el suelo. Aurora no dijo nada. Fumaba tabaco sagrado con semblante serio y circunspecto. Alfredo tomó la palabra:

- Elena, creemos que ha llegado tu momento de entrar en acción. Queremos plantearte un negocio que puede ser muy interesante tanto para ti como para nosotros. Ya en alguna ocasión te comentamos que tenemos intención de abrir un centro de salud integral donde Aurora pueda atender a sus pacientes en nuestra línea de trabajo. Yo me ocuparía de la gestión, Enmanuelle asistiría a Aurora como enfermera y tú podrías entrar ahí también de alguna forma que ya veríamos, pues ya sabemos lo estresada que estás en tu trabajo del aeropuerto. Hemos encontrado el local perfecto. Está bien situado y el precio es razonable. Hemos pensado que tú, que estás siempre tan deseosa de ser útil, eres la persona indicada para invertir en nuestro proyecto; tienes dinero y capacidad de servicio ¿qué opinas? He calculado que vamos a necesitar veinte mil euros. Se trataría de un préstamo. Tu realizas la transferencia a la cuenta que te indicamos y una vez el centro esté funcionando y generando beneficios, te devolvemos el dinero -

Aurora permanecía en silencio, observándonos por momentos a Alfredo y a mí. Nadie habló durante un minuto; debió pasar un ángel, pero de largo; quizás tenía prisa. Sentía como si el humo del tabaco de Aurora estuviese nublando mi mente…Hacía sólo diez días que había recibido mi parte de la herencia. Una herencia con la que no había contado. Se trataba de una suma de sesenta mil euros, procedente de la venta de la antigua casa familiar, que mis padres, tras su divorcio, habían decidido repartir entre los hijos. Era la primera vez – y la única por ahora - que tenía tanto dinero en mi cuenta bancaria. El día que recibí la última de tres transferencias sucesivas estuve en el banco y pedí hablar con el director. Me recibió con una sonrisa de oreja a oreja y mirada autosuficiente, me pasó a su despacho y me aconsejó abrir un plan de inversión a corto plazo, convenciéndome de que esa sería la mejor de las opciones para mí. No presté mucha atención a nada de lo que me dijo; sólo observaba los objetos que tenía sobre el escritorio, de entre los cuales destacaba una hermosa amatista, y las líneas y figuras geométricas que dibujaba en un papel mientras me contaba el rollo. Firmé los documentos y me largué flotando con alas en los pies.

En ningún momento tuve la intención de abandonar mi trabajo en el aeropuerto. Como estábamos finalizando la temporada alta, pacté con la directora el ausentarme durante seis meses y regresar para incorporarme a la siguiente temporada. Para ella también resultó ser un trato ventajoso ya qye en temporada baja disponían de personal suficiente como para atender los vuelos charters, sin embargo en temporada alta estaban saturados y por eso no querían perderme de vista. Hacía falta invertir un tiempo en entrenar a alguien para trabajar como supervisor de escalas y yo era buena en el oficio. Sobretodo por la agilidad que demostraba moviéndome por la pista, subiendo y bajando las escaleras, quitando las calzas de las aeronaves cuando no llegaban los mozos encargados de tal cometido y solventando cualquier tipo de contratiempo que se presentara. Era lo que se podía llamar una “todoterreno”. De esa forma, mis aviones solían despegar sin retrasos. No sabía conducir y por eso no iba en coche por la pista; a cambio era la única supervisora que conducía una vespino, y por ese motivo me conocía todo el personal del aeropuerto. Algunos se reían de mí, pero no me importaba. Me sentía más libre en mi vespino, conduciendo bajo las estrellas con el aire de la noche pegándome fuerte en la cara.

Durante esos seis meses de ausencia yo realizaría un sueño pendiente: viajar a India. Con ese fin ya había reservado el viaje por medio de un grupo de valencianos que participaban en las ceremonias chamánicas. Una valenciana de larga y lisa melena pelirroja, devota de Sai Baba, vestida de hindú era la encargada de organizarlo todo. El plan era alojarnos en un Ashram situado en plena cordillera del Himalaya. Ella ya había estado en India muchas veces y conocía Poona, la ciudad donde se asienta la mayor comunidad del mundo de Osho.

Alfredo y Aurora me miraban fijamente aguardando impacientes mi respuesta. Nunca había experimentado antes esa sensación de poder que puede llegar a dar el dinero. En cambio estaba confusa. Sentía un cierto recelo y desconfianza hacia esa gente, pero por alguna razón pretendía disimularlo, así que continué interpretando mi papel, sin saber hasta donde me llevaría mi temeridad.

Asentí al trato. Me he preguntado muchas veces después por qué lo hice... probablemente por afán de reconocimiento, por aparecer ante ellos como una especie de heroína altruista; por necesidad de aprobación, por temor al rechazo, porque estaba escrito, porque quería ser importante: lo hice.
Al día siguiente, me dirigí al banco y realicé la transferencia tal como había acordado con ellos. No había vuelta atrás.

Pocos días después recibí la noticia de que los vuelos a India habían sido cancelados. La prensa internacional había difundido la noticia de un estallido brutal de peste negra que provocó un estado de alarma general. Como consecuencia el grupo de viaje se deshizo en poco rato. La chica valenciana me llamó y me dijo que la agencia devolvería el dinero, pero no sabía bien cuándo. Todo estaba en el aire, menos el avión.
Aquél mismo día llovía a cántaros. Subí la avenida caminando sin paraguas, dejándome empapar por la cálida lluvia del final del verano. Pasé por el soportal donde mi amigo Lucas vendía bisutería y entré a saludarlo. Le conté lo que me había sucedido y le hice partícipe de mi intención de viajar a India de todos modos. Además ya había anunciado a mis compañeras de piso que dejaría mi habitación libre para final de mes y había una nueva inquilina esperando tras la puerta. Todas mis cosas estaban empaquetadas y guardadas en un trastero; sólo yo me encontraba de momento desubicada. Lucas me habló de un chico que viajaba a la India todos los años desde hacía mucho tiempo. Me explicó dónde vivía y me aconsejó pasarme a visitarlo, y así hice. Tras despedirme de él, me dirigí a la dirección indicada y llamé a la puerta. ¿Miguel? – Pregunté – Sí, soy yo – Sus vivos ojos azules me miraban directos e intrigados. No había duda de que ese hombre era un verdadero aventurero. – Un amigo mío, Lucas, me ha dado tu dirección. Me gustaría hablar contigo, ¿tienes tiempo ahora? –
Bajamos juntos la amplia avenida bordeada de árboles y entramos en la cafetería de la esquina, frente al teatro. Tomamos asiento uno frente al otro, pegados al ventanal. Las pequeñas y brillantes hojas de los álamos de distintos tonos de verde y amarillo danzaban suavemente mecidas por el viento. La atmósfera aparecía diáfana tras la lluvia.
El café duró un par de horas y después continuamos charlando en su casa. Sacó un cajón lleno de fotos de sus viajes por India y me las fue mostrando, al tiempo que me narraba una anécdota tras otra. Casi todas las fotos eran en blanco y negro y en casi todas ellas él y sus amigos parecían algo colocados, aunque a él se le veía el más espabilado de todos, pues una chispa burlona en sus ojos daba que pensar que de alguna manera estaba por encima y por debajo de las situaciones que vivía. Como si hubiera sido cómplice del fotógrafo que le guiñaba un ojo en el momento de la foto. Su mirada daba a entender que no había obstáculo en el mundo capaz de frenarlo, así que algo inconsciente en mí decidió creer en él.
Recuerdo que una de las fotos, en la que aparecían cuatro amigos sentados en un escalón, con cabellos largos y ropas jipis, parecía la portada de un disco de los años setenta.

Al día siguiente nos fuimos a Ámsterdam. Desde allí volamos a Kuwait, y de Kuwait a Nueva Delhi.

Durante el largo viaje tuvimos mucho tiempo para charlar de nuestras azarosas vidas. La verdad es que desde que llamé a la puerta de su casa no nos habíamos separado. Aun tengo el gesto de la llamada en mi memoria: un gesto directo, sin titubeos.
Él me dijo: - Si quieres, voy contigo – y a mí me pareció una gran suerte. Hicimos un acuerdo: viajaríamos juntos hasta Nueva Delhi, y desde ahí, cada uno seguiría su viaje. Yo ya tenía suficientes direcciones a las que acudir y muchas útiles recomendaciones de su parte, por lo tanto no tenía nada que temer. Todo estaba bien planeado. Entretanto fuimos intimando en todos los aspectos. Le hablé sobre los hijos del viento y las ceremonias chamánicas y llegué hasta el punto de confesarle lo del préstamo, sin sospechar que ese sería el comienzo de una gran batalla. Miguel no daba crédito a lo que oía. Estaba convencido de que todo había sido un engaño y de que nunca recuperaría la pasta – Si estás dispuesta – me dijo – te puedo demostrar que todo esto ha sido una farsa para desplumarte. Llama a Alfredo y dile que te han robado todo: dinero y documentación. Dile que estás sola y necesitas ayuda urgente: que te envíe rápidamente un giro postal de mil euros. Esto será tan sólo el comienzo. Lo demás, si quieres, corre de mi cuenta, pero necesito tu aprobación.

Seguí las instrucciones de Miguel interpretando el papel de víctima de un robo. Me lo creí tanto que incluso me temblaba la voz cuando hablé con él desde un locutorio. Alfredo me dijo que no podía hacer nada, puesto que no tenían ningún dinero disponible. Todo estaba invertido. De todas formas, buscaría la manera de echarme un cable; quedó en que ya me llamaría…
Pasados dos días, aun no había recibido su llamada. Intenté localizarlos, a él y a Aurora, pero ninguno de ellos contestaba al teléfono. - ¿Te das cuenta de los amigos que tienes? – preguntó Miguel clavándome su azul y penetrante pupila. – Si por ellos fuera, te dejarían morir aquí sin ningún reparo. Estás lo suficientemente lejos como para no ser un problema para ellos; una colgada más que se pierde en India…Escucha Elena, ¿quieres recuperar la pasta? – preguntó.
Me resulta una tarea imposible el acercarme a describir las sensaciones y emociones que experimenté desde mi llegada a India. Desde el primer momento sucumbí a su belleza, totalmente hipnotizada por su mágico encanto, como una cobra danzante al son de la flauta del faquir. No paraba de asombrarme al contemplar los rostros de piel morena de negras y penetrantes miradas resaltadas por Kohl, los vivos colores de los saris rojos, amarillos, naranjas, verdes… la variopinta mezcla de olores a especias, inciensos, fritanga, perfumes, tierra… la algarabía de sonidos de todo tipo: mugidos de vaca, campanillas, risas de niños, cánticos repetitivos de mantras, música envolvente, graznidos de aves… Fue una gran sacudida para mí como resultado de la cual quedé despojada de todo lo que hasta entonces había sido. Nada de lo que había aprendido o llevado hasta allí me servía ahora. Tan sólo podía dejarme llevar, ser parte de la mágica danza de aquél mundo tan distante y tan distinto del mío, donde los vehículos de motor, las vacas, los carros y las personas circulaban sin ton ni son de manera aparentemente caótica. Parecía como si todo fuera obra de un dios ebrio que estuviera jugando con los objetos y los cuerpos a su alocado antojo. Como si con una mano estuviese marcando el ritmo de una loca sinfonía, y fuese la brisa movida por la mano la que condujera el fluir de la energía de aquél desconcertante lugar en el que todo parecía posible.
Inusitadas escenas aparecían ante mis ojos: en mitad de la calle, un hombre se dedicaba con toda calma y esmero a afeitar con navaja a otro, sentado en una silla, mientras a su alrededor transcurría un flujo ascendente y descendente de hombres, mujeres, niños, sadus de cuerpos desnudos y rostros pintados, carros, vacas e incluso una comitiva funeraria camino del río.
Fumábamos desde por la mañana. Toda esa avalancha de sensaciones se hacía más intensa aun bajo los efectos del chocolate de Manali. Ya en el primer hotel donde nos alojamos llamó poderosamente mi atención el cartel junto a la ventana: “Cuidado con los monos”. Estallé en ataque de risa hasta que vi como un simio entró raudo y descarado en la alcoba apoderándose de un paquete de plátanos que habíamos dejado posados sobre la mesa. No sé cómo hubiera vivido tales experiencias sin haber estado bajo los efectos del hachís. Lo que sí recuerdo es que no había más opción que el momento presente: aquí y ahora; opción que tanto perseguimos algunas de las personas crecidas en la sociedad occidental desarrollada y consumista, que sentimos la llamada del desarrollo de la consciencia. Aquello era como recibir un palo en la cabeza: ¡se acabó el tedio que provoca la ilusión de un algo inalcanzable! Ahora estás aquí, zambullida en este bullicio rebosante de vida y de muerte, de todo y de nada ¡Por fin se te cayeron los palos del sombrajo! Aquí no valen tus recursos, amiga. Antes de salir del hotel cerraba los ojos y contaba hasta tres: uno, dos y tres…abre los ojos y ¿qué ves? …
Transcurrió más de un mes en este escenario en el que tampoco importaba el tiempo. De no haber sido porque estaba con Miguel, hasta puede que aun estuviera allí. Para él era otra cosa. Estaba acostumbrado a todo aquello y lo vivía con otro tipo de soltura y familiaridad. Yo iba como una niña pequeña, con los ojos muy abiertos, descubriéndolo todo a mi paso con viva expectación y entusiasmo.
Viajamos por distintas ciudades visitando a amigos de Miguel. En cada visita se sucedía el mismo ritual: nos sentábamos en círculo en el suelo y compartíamos un chilon. Uno de los amigos, un hindú de larga y blanca barba, Bundu, nos ofreció una bola de opio en su choza. Después de aquello estuve un par de días inconsciente. Cuando desperté, me encontré con algunas personas que aguardaban expectantes mi despertar, alrededor de la cama del hotel, en la que yacía. Transcurrieron algunos días hasta que me restablecí del todo. Mi alimentación consistía básicamente en arroz y plátanos. Con los monos me las arreglaba ya bastante bien, aunque en más de una ocasión consiguieron robarme la bandeja de comida. Sólo poseía la ropa que llevaba puesta y una muda: un sari y un longui, hasta que un buen día, tras lavar el longui en el río y tenderlo al sol, una mona descarada lo descolgó del cañizo enrollándoselo en la cabeza a modo de turbante y salió despavorida gritando y saltando para no regresar. Así pues, todos los días vestía de fiesta, con mi sari. Así se cumplió mi sueño de ser princesa.

Transcurridos unos días viajamos a Nepal. Katmandú bullía de turistas. Calles repletas de agencias de viajes, restaurantes, hoteles, tiendas de souvenirs... Sin lugar a dudas era un lugar muy hermoso y con mucho encanto y colorido. Especialmente la gran plaza en la que se encontraba el templo que miraba con grandes ojos. Las mujeres vendían frutas y especias sentadas en el suelo. Creo que nunca antes había visto tantos colores como allí. Nepal se me hacía más ligero que India, o sería más acertado decir “menos intenso”; me produjo sensación de ingravidez. Aquellas personas pequeñas de tez morena y ojos achinados se mostraban dadivosas, amables y risueñas a nuestro paso. Los niños correteaban descalzos a nuestro encuentro y tras de nosotros. Nepal se alegró de recibirnos.

Luego vino Pokhara, con Sabu, Maya, Rami, el Babu… Para entonces yo ya estaba “enchamicada” con Miguel. Esa palabra me la puso una bruja colombiana a la que acudiría más tarde en busca de ayuda para librarme del hechizo, cuando me separé de él. Me dijo que me había robado la energía y que, para recuperarme, debía restregar todo mi cuerpo cada día con un huevo blanco. Junté un montón de huevos blancos que luego debía arrojar al río. Mi amiga y yo tuvimos que recorrer un gran trecho en busca de uno; no es tarea fácil si vives en el desierto. También me mandó hacer un círculo de fuego con velitas, en lo alto de una montaña, en el que me introduciría vestida de blanco para hacer una oración. De mi cuello colgaba un amuleto de plata triangular, con una cruz, un alfa y un omega. Hice todo lo que me pidió y – aunque tardé en curarme al final creo que lo conseguí.

Miguel y yo nos casamos en Baglún. Viajamos hasta allí en un autobús sin puertas, por la carretera estrecha y serpentina que recorría las montañas de un poblado a otro. El autobús danzante, presidido por un Ganesh con collar de flores, tuvo que parar en mitad del camino a causa de un derrumbamiento de la montaña. Esperamos una noche entera a la intemperie y dormimos sobre una manta los cinco: Miguel, Maya, Rami, Sabu y yo. Nunca había problemas ni contratiempos. Nos adaptábamos de manera natural a todos los sucesos; todo estaba bien y cualquier ocasión era buena para fumar un chilon, contar historias en nuestro precario inglés, cantar, o simplemente estar allí bajo la noche estrellada, nuestros cuerpos cubiertos por las mantas, participando de la fiesta de la vida.
A la mañana siguiente llegó otro autobús a recogernos, del otro lado del derrumbe. Pasamos por encima de piedras y rocas con nuestras chanclas de cuero, como si tal cosa. Me pregunto cómo habían llegado hasta allí dos señoras mayores gruesas y rubias; seguro que alemanas. A una de ellas le dí la mano para pasar al otro lado. Es curioso. Eran las únicas turistas en ese viaje. Yo no me consideraba ya una turista, vestida con mi sari y llevando anillos en los dedos de los pies.

La boda fue en Baglún , en el templo de Shiva y Kali. Yo llevaba el mismo sari que la diosa Kali en la foto de la postal. No estaba previsto así, porque nunca antes había visto esa postal. Cayó en mis manos, ni sé como, pocos días después de la boda. … Era exactamente el mismo sari rojo con pequeños dibujos dorados.

Rami y Maya fueron los padrinos y Sabu la dama de honor. Dimos al menos una vuelta alrededor del fuego sagrado del templo. Un hombre que debía ser el guardián del fuego sagrado, esparció arroz sobre nuestras cabezas y pegó algunos granos de arroz en la frente de Miguel. A mi me pintó un lunar en la mía, como llevan las hindúes casadas. En mis muñecas tintineaban pulseras de cristal y en mis tobillos, pequeños cascabeles. Esa mañana Miguel me despertó con una canción. Algunas mañanas aun la escucho… “good morning, good morning, good morning my love, hoy ha nacido una flor para ti…”

Han pasado algunos años desde entonces. Aun conservo el sari, liado en una sábana, en mi armario. A veces he pensado que, cuando muera, quisiera que fuera devuelto a la diosa Kali, a aquél templo en la India.

En cuanto al dinero, Miguel lo recuperó todo. Después volvería a perderlo, pero en otras circunstancias diferentes. De aquella época me queda el sari, el recuerdo y tú, que llegaste pocos meses después de nuestro regreso.