Tras muchos meses (¿años?) sin escribir nada, vuelvo a
sentir tímidamente el deseo de volver a las andadas, sin saber muy bien sobre
qué voy a divagar esta vez por escrito… Una cosa es pensar y que los
pensamientos se evaporen sin más y otra bien distinta es plasmarlos en palabras escritas, que ahí queda la cosa para que después, en una segunda lectura, quede patente
el enredo mental en el que una se mete ¿por puro aburrimiento? … La mayor parte
de las veces, sí. Cuando estoy muy ocupada en alguna tarea, las voces mentales
suelen sosegarse y someterse al quehacer, sin dar mucho la lata. En cambio,
cuando me siento delante del ordenador con intención de escribir un rato, se
vienen todas ellas arriba, queriendo hacerse las protagonistas de una posible
historia aun por relatar.
Una posible historia… ¿Qué historia podría ser esa, que
despertara el interés de un posible público ávido de emociones?...
Y una vocecilla responde a esa pregunta aclarando suavemente,
que esa posible historia no ha de ser escrita para un potencial público, sino para
una sola persona, o mejor dicho, para un solo corazón.
Mmmm… ¿Cómo escribir una historia para un corazón? ¿Y qué
corazón ha de ser ese?... – Pregunto a esa voz listilla que formulaba hace unos
segundos esa observación, que me deja algo desconcertada.
Y me responde: tu propio corazón; ese es el único corazón.
…
Tras meditar unos segundos – y no pensar – decido que voy a
escribir al fin la historia para un solo corazón y así ha de llamarse: Un solo
corazón.
Marielle estaba sentada ante su ordenador, dispuesta a comenzar con su trabajo, pero no conseguía concentrarse. Desde el comienzo de curso había estado trabajando muy duramente en la preparación de las clases, pero desde hacía algunos días parecía haber entrado en esa fase de saturación que ya le era conocida, durante la cual no conseguía continuar con el ritmo de estudio y trabajo. Era como si al haber comenzado la carrera con tantas fuerzas y haber invertido tanta energía en el comienzo, necesitara ahora aflojar y relajarse. Probablemente era eso lo que sucedía, que no había medido bien sus fuerzas. Y es que eso parecía formar parte de su personalidad; no conseguía encontrar un ritmo adecuado que pudiera mantener a la larga. En algún momento llegaba ese punto de saturación y a partir de ahí comenzaba a descender.
En ese impasse se encontraba; los síntomas eran claros: se le
iba el santo al cielo, olvidaba las cosas, parecía ausente cuando los demás le
hablaban, y es más, no le importaba lo más mínimo lo que tuvieran que contarle.
Le daba igual ocho que ochenta… parecía perdida en un limbo personal muy lejano
e inaccesible. Su marido le preguntaba ¿estás aquí? ¿En qué piensas?... y ella
siempre decía “Sí; en nada, solo me he quedado embobada” En realidad aquel
limbo era un lugar en el que se sentía libre; era “su” lugar. Nadie excepto
ella podía acceder a él. Nadie sabía ni lo que allí veía ni con quién estaba.
Nadie podía acusarla de infidelidad, de traición o de falta de responsabilidad
por estar allí. Siempre podía decir que era su forma de mirar, que simplemente se
había “quedado en blanco o había tenido un lapsus”…
Su marido la observaba en ocasiones con cierto escepticismo
e incluso algo mosqueado. Aquél era un lugar al que él no podía acceder y eso
le sacaba de quicio, por la enorme necesidad de controlarlo todo que él tenía.
Y de algún modo ella también se sentía triunfante del poder que le confería ser
la reina de ese territorio inalcanzable para los demás, ese refugio suyo en el que se sentía feliz, en el que lo imposible se hacía posible, en el que los deseos adquirían formas idealizadas, en el que los encuentros sucedían …
En ese reino suyo no existía el tiempo, ni la prisa ni la
necesidad de trabajar a un ritmo frenético para ganar dinero. Allí, lejos de las trampas de este otro lado, habitaba la emoción, se sucedían
los encuentros fortuitos, las miradas cálidas y profundas, el latir de un solo corazón. Era un lugar donde hablaban las
almas y los cuerpos se fundían en abrazos suaves y profundos, donde la materia
perdía su gravidez y las formas se desvanecían en una sucesión de imágenes caleidoscópicas… Donde el tiempo y el espacio no suponían ningún impedimento, donde los
ojos eran emoción pura color azul, la bondad infinita, la sonrisa amable, la atracción intensa… Donde
hacer el amor era tan ligero y tan hermoso como el suave aroma del jazmín de
madrugada. … Donde no hacía falta urdir
ningún plan para alcanzar un objetivo porque no había ningún objetivo que alcanzar, donde no había nada que arriesgar por un
latido; por el latido de un solo corazón.